Gallos localizados, justicia perdida: el absurdo de las prioridades en España.

A veces uno no sabe si reír, llorar o lanzar el móvil al río viendo ciertas noticias. En este país, donde la eficacia policial parece depender más de la presión mediática y los nervios colectivos que de una lógica razonable, asistimos al episodio de los gallos. Un clan gitano denuncia el robo de unos gallos supuestamente destinados a peleas, lanza amenazas dignas de una película de Tarantino y, en tiempo récord, la Guardia Civil localiza las aves. ¿Casualidad? ¿Milagro? No. Prioridades.

Es curioso cómo, para resolver ciertos casos, las fuerzas del orden parecen equipadas con tecnología de ciencia ficción y un sentido de la urgencia que haría sonrojar al más eficiente de los nórdicos. Pero ojo, que esta eficacia brilla por su ausencia cuando el asunto en cuestión no tiene un «foco mediático».

¿Desapareció tu hija en extrañas circunstancias? Prepárate para peregrinar por comisarías, recibir respuestas vagas y asumir que tendrás que hacer tú mismo de detective. ¿Te robaron el móvil? Ni lo intentes, porque, según te dirán con cara de resignación, «es muy difícil rastrearlo».

¿Y qué decir de Puigdemont, paseándose impune por Barcelona, dando un mitin televisado y luego escapando mientras nos decían que detenerlo era imposible? Aquí es más fácil encontrar gallos que a un prófugo en prime time.

¿Y por qué? Pues porque vivimos en una democracia con alma de circo. Lo que importa no es la justicia, sino el espectáculo. El clan gitano logró que se localizara a sus gallos porque la narrativa era jugosa: un caso con tintes de novela negra, cierto componente marginal y un toque de exotismo. Pero una madre desesperada llorando por su hija desaparecida no vende titulares. Porque el drama humano aburre, pero el morbo cautiva.

Al final, el caso de los gallos es una caricatura perfecta de nuestras prioridades: un país donde la eficacia es selectiva y donde el espectáculo pesa más que la justicia. Aquí, si no haces ruido o no tienes detrás una historia mediáticamente rentable, estás condenado al olvido. El mensaje es claro: si te roban algo, asegúrate de ser viral; si no, más te vale buscar tú mismo, porque nadie lo hará por ti.

Este no es un país de justicia, es un país de prioridades. Y las prioridades las marca el ruido. No importa que el fondo sea un lodazal de corrupción, negligencia e indiferencia; mientras el circo siga vendiendo entradas, todo seguirá igual. Porque en España, si tienes los contactos adecuados o la historia correcta, puedes hacer lo que te dé la gana. Puedes robar gallos, robar un país o incluso robar vidas, porque el sistema solo se activa cuando la presión mediática es insoportable.

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