Nadie comprendería que cuando vaya a comprar al supermercado valgan igual todas las clases de café, todas las clases de leche o que tengan el mismo precio el azúcar que el detergente, cada producto no tiene el mismo coste y no ofrece el mismo servicio. Sin embargo, en el sistema estadístico de la criminalidad vale igual fumar un porro en un parque que cometer una violación.
El propósito del sistema estadístico de la seguridad es descriptivo e inferencial, sin embargo, a menudo se emplea por los responsables de tomar decisiones como si fuera prospectiva, esto es inevitable porque es una referencia. Si bien, no es apropiado proyectar resultados a futuro y planificar la seguridad en base a datos tan sesgados, el trabajo de los policías y la seguridad de los ciudadanos es algo mucho más complejo que los números.
Esta utilización del sistema estadístico de la criminalidad puede ser correcta siempre que no se ignoren las variables cualitativas que forman parte de la inteligencia, porque la estadística puede ser una parte de la inteligencia, pero no el todo. Esta realidad tiene consecuencias:
Por una parte, los policías perciben como, ante las variaciones de los eventos de seguridad (delitos e infracciones administrativas) que se presentan como hechos conocidos (HC), las instrucciones que reciben no están orientadas a solucionar esos problemas. El que toma decisiones está alejado de la calle y cree que la seguridad pública es algo que ocurre en los despachos, pero también tiene jefes que miden su trabajo a través de estas estadísticas. Dichas decisiones son orientadas a justificar los presupuestos ante un decisor con perspectiva política, que valora lo cuantitativo porque desconoce las variables técnico-policiales. Cuando se trabaja con el fin de cumplir objetivos teóricos y de “cubrir el expediente”, cambia el foco de atención desde los eventos de seguridad que ocurren en las calles hacia una representación teórica alejada de la realidad. De esta manera la eficacia para solucionar problemas creados acabará compensando la ineficacia para dar respuestas reales a problemas serios.
Por otro lado, están los ciudadanos que no ven resueltos sus problemas, pero se les comunica insistentemente que están seguros y se los desborda de propaganda. La política de seguridad actual se centra en generar confianza (seguridad subjetiva), pero sin hechos que la apoyen y una detención cobra mayor importancia que una condena por su mayor impacto mediático sin apreciar que dar la noticia de una detención rápida puede afectar a la calidad del trabajo y que su alcance sea limitado (absoluciones, sobreseimientos, defectos de forma, duplicidades, etc).
Se persigue que haya hechos esclarecidos (HE) con los que hacer propaganda, no con los que hacer justicia, la delincuencia se mantiene porque no se ataja cada hecho delictivo de manera independiente y atendiendo a las variables concretas de cada caso, se atiende la seguridad en su conjunto y el autor especializado queda fuera del radar por falta de concreción. Para el autor especializado siempre seguirá siendo rentable delinquir porque se le seguirá deteniendo un % de veces mínimo en comparación a las veces que consigue éxito.
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