Hummus y Coldplay

Policía Nacional. Licenciada en Psicología clínica. Máster en Psicología General Sanitaria.
A mediados del siglo XX un científico de la universidad de Harvard, B.F. Skinner, sentó las bases del condicionamiento operante tras realizar experimentos con palomas, y demostró empíricamente, por extensión, la importancia que tienen para la conducta humana las recompensas y los castigos. La recompensa y sus consecuencias se comprenden fácilmente. Presionas el pulsador con tu pico de paloma y, premio, una bolita de deliciosa comida. Das tu voto al sindicato y, eureka, un altavoz inteligente, el complemento perfecto para cualquier millennial que se precie, ya que mientras cocina hummus vegano puede escuchar a Coldplay. Teniendo en cuenta que estamos en democracia y los regalos por ir a votar, aunque se maquillen bajo el pseudónimo de celebración del 40º aniversario, están fuera de lugar, ¿no convendría, en vez de tanto regalito, invertir todo ese esfuerzo económico en nuestros derechos laborales?
Volviendo a Skinner y a sus amigas aladas, cuando el científico comenzó a aplicar el castigo se dio cuenta de que éste es más sutil en sus consecuencias, aunque su amplio abanico de posibilidades siempre juega con el miedo. Una de las formas de aplicarlo, el refuerzo negativo por evitación, es de sobras conocido por casas de seguros, instituciones religiosas y un largo etcétera de mercaderes del terror. La paloma de Skinner decide, en este caso, dar un picotazo al pulsador porque así evita una inminente descarga eléctrica. Yo me afilio al sindicato porque me promete que cuando me retraigan una parte del sueldo por hacer bien mi trabajo, ellos me lo pagarán, y oye, qué bien duermo por las noches sabiendo esto. No está nada mal la ayuda, pero ¿no sería más adecuado trabajar para prevenir situaciones de este tipo, tan injustas como frecuentes, como cuando un mando decide tomarse la justicia por su mano y bajo su criterio?
Cuando a la pobre paloma de Skinner, que ya no sabe bien a qué atenerse, le retiran la bolita de deliciosa comida, a pesar de que sigue presionando religiosamente el pulsador, el castigo se impone por omisión, y esa conducta desaparece (para qué voy a seguir esforzándome en picotear ahí, si no me dan mi bolita): extinción de la conducta por omisión del refuerzo. Es aquí donde me surge otra duda, ya que no logro entender cómo funciona el sistema de recompensas policiales. Cuando el policía sigue trabajando arduamente y la recompensa se extingue (no hay ascenso, ni medalla, ni siquiera reconocimiento) o peor aún, se la dan a otro que no ha hecho nada más que saber jugar a la pelota con su jefe, ¿pretenden sus superiores también extinguir la conducta de trabajo?
Desde una policía para el siglo XXI, la respuesta a estas tres preguntas es evidente, ya que en el momento que el refuerzo y el castigo se emplean indiscriminadamente y sin un criterio estable, dejan de ser eficaces. Lo demostró Skinner hace más de 80 años pero hay que seguir recordándolo, especialmente a aquellas personas que tienen la potestad de aplicarlo pero, o bien desconocen cómo funciona el sistema de recompensas, o bien les conviene desconocerlo.
El conductismo se quedó obsoleto a la hora de predecir y modificar la conducta humana, quedando relegado a ámbitos de aplicación restringidos. La simplicidad de sus premisas terminó con su hegemonía teórica en psicología, ya que lo que ocurre en medio de un estímulo y una conducta nunca puede ser menospreciado: percibimos un estímulo, lo procesamos cognitivamente de acuerdo con nuestros esquemas y creencias previos, ese estímulo nos produce una emoción positiva, negativa o ambivalente y luego actuamos (conducta). En este contexto surge la psicología cognitiva en la que una buena política de recursos humanos no pasa por alto estos conceptos intermedios pero esenciales a la hora de predecir el comportamiento.